El viejo juglar del vallenato: Efraín Hernández.

“Yo soy Efraín Hernández, al derecho y al revé. Yo soy quien pinta la huella antes de poner el  pie”.

Con estos versos inmortales se presenta a sí mismo este acordeonero, olvidado en la historia, quien en el corazón del barrio El Cañaguate en Valledupar, vio por primera vez la luz, mucho antes que los juglares primitivos.

Efraín se crió cerca de la zona rural de Valledupar. Aprendió a tocar el acordeón en los alrededores del piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta y a orillas del río Guatapurí, acortejó a más de una muchacha.

Las notas de este juglar eran tan originales y tenían tanto sabor, que incluso suscitaron el surgimiento de un músico, hoy recordado por todo amante del folclor vallenato, Lorenzo Morales, apodado ‘Moralito’. Sí, el mismo a quien durante una contienda, Emiliano Zuleta Baquero le versearía el entonces inédito paseo vallenato ‘La Gota Fría’,  “Qué cultura, qué cultura va a tener un indio chumeca como Lorenzo Morales, qué cultura va a tener, si nació en los cardonales”. Así lo constata Julio Cesar Oñate Martínez en su libro ‘Los secretos del vallenato’, “Fueron la fama y los cantos del renombrado acordeonero vallenato, Efraín Hernández, los motivos que indujeron al niño (‘Moralito’) hacia un camino de pitos y bajos”.

Y es que Hernández no solo ejecutaba con gallardía su acordeón, sino que además, con su ingenio versifi cador, tenía más una pelea cazada que luchaba a punta de nota vallenata. Tal es el caso de su famosa contienda contra el juglar Silvestrico Herrera, de Valencia, con quien una tarde se dio cita a medio camino entre ambas tierras (El Cañaguate y Valencia). A la histórica arribaron habitantes de pueblos aledaños, sirviendo de público y jurado.

Bien cuenta Tomás Darío Gutiérrez en sus escritos, que mientras en aquella piqueria vallenata, como en muchas otras, los versos del “Amor amor” marcaban la métrica y definían el modelo musical; eran la ejecución, el canto y la improvisación del verseador  quienes precisaban el ganador. Por supuesto, la agudeza poética de Efraín llenaba de brío y vigor a la multitud dándole ventaja en sus batallas.

Muchas fueron las parrandas que Hernández acaudilló en Valledupar las cuales, en ocasiones, terminaban en alborotos que llevaban a la cárcel al juglar y a su acordeón. Pero era tal la admiración por parte de los líderes de Valledupar y sus alrededores hacia la nota de Efraín, que bajo acuerdos fraudulentos con el guardia de la prisión, lograban su liberación para gozar de parrandas que incluso duraban días. “A mí me pusieron preso y me daban libertá, pa’ que fuera a parrandiá del Cañaguate .

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